EL DEBATE ENTRE LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y LA PARTICIPATIVA: ELEMENTOS TEÓRICO-CONCEPTUALES*

La democracia, como modelo político, ha estado sometida a profundos cuestionamientos, exacerbados en tiempos recientes debido a la crisis de gobernabilidad que experimentan algunos países, especialmente en América Latina.La debilidad institucional, la ausencia de liderazgos, el deterioro de los partidos políticos como canales de participación, parecieran dirigir la responsabilidad de ello a la democracia representativa, postulando la democracia participativa como el orden político más adecuado.

De ahí que veamos necesaria la revisión de los planteamientos teórico-conceptuales que recogen la idea de la democracia, sus variaciones y tendencias, para identificar las bases del debate que sobre su viabilidad se produce, planteando algunas perspectivas de análisis que permitan, lejos de profundizar en los antagonismos y posiciones irreconciliables, establecer algunos espacios de consenso que conduzcan a reafirmar el modelo demócrata como la forma de vida política más idónea para las sociedades contemporáneas.

La Democracia no fue siempre el gobierno ideal que deriva de su traducción del griego “gobierno del pueblo”. En la antigüedad, tanto Platón como Aristóteles eran contrarios a esta forma de gobierno, considerándola el último, como una forma impura de República.

En la práctica, la democracia ateniense no llegó a reflejar lo que para el hombre moderno representa este concepto, pues la sociedad de la época hacía distinciones en cuanto a quienes podían detentar la ciudadanía y por ende, derechos políticos.

Sin embargo, para algunos autores críticos de la visión liberal, la democracia bajo su forma directa o participativa, constituye el modelo político ideal, en contraposición a la democracia representativa. La democracia directa parte de dos condiciones mínimas: la toma de decisiones por la Asamblea y la institución del referéndum.

Apoyándose en teóricos como Rousseau, el planteamiento fundamental de la democracia directa comprende como elementos constitutivos: el ejercicio de la soberanía popular; la búsqueda del bien común; la participación directa en los asuntos públicos; la defensa de la igualdad; la garantía de la libertad; el sometimiento a la voluntad general y la suscripción del contrato social.

En ese conjunto de principios se encuentran aspectos que, como se verá en las críticas a la democracia participativa, parecieran restarle fortaleza al argumento.

En primer lugar, esa libertad está enmarcada en una dimensión pública o colectiva. En segundo lugar, la voluntad general implica el sometimiento total a ella, y en cuanto al contrato social, este representa la cesión de unos derechos individuales en aras de la preservación del bien común y la voluntad general, por lo que importantes concesiones se hacen en nombre de la libertad y de la igualdad, pero que no necesariamente se traducen en una mayor consideración hacia el ciudadano.

Para Bobbio (2001) una definición mínima de la democracia comprende la potestad de unos cuantos individuos, reconocida por los miembros de su comunidad, para tomar decisiones que afectan a todo el colectivo, sobre la base de unas reglas que deben contener los procedimientos mediante los cuales se deben realizar las acciones.

En otra interpretación, la democracia puede ser vista como un instrumento de legitimación del sistema de dominación mediante la aprobación institucionalizada y continuamente renovada del pueblo. (Shell, K. pp. 125-130)

Lo importante en la democracia es la capacidad de los individuos, en el ejercicio de su ciudadanía, para intervenir en los asuntos en los que se requiere de decisiones colectivas. En este sentido, estamos hablando de la democracia participativa, que para algunos autores difiere de la concepción de democracia directa propiamente.

Cuando hablamos de la participación, estamos haciendo referencia a la condición de ejercicio ciudadano de los derechos políticos, pero igualmente al despliegue de las capacidades para no solamente influir en las decisiones políticas sino también ejercer responsabilidades en concretas.

La democracia directa nos plantea la acción política sin intermediaciones, lo que en la democracia representativa está en manos de las organizaciones responsables de la agregación de intereses. La democracia participativa no excluye la existencia y actuación de las organizaciones políticas, pero en una democracia directa, tal y como nos lo plantea la concepción mas radical de la misma, ¿qué papel tienen los partidos políticos?

Para muchos autores esta es una forma de democracia difícil de alcanzar por razones demográficas e institucionales (organizativas), entre otras, además de razonamientos que tienen que ver más con las capacidades de los individuos para tomar decisiones, dado su condicionamiento cultural.

En la democracia liberal, que se expresa bajo la forma representatitva, esa intervención se logra a través de unos arreglos institucionales, tales como: Principio de Soberanía Popular; Concepto de Pueblo; Igualdad Política; Instituciones Democráticas, Protección de Derechos Fundamentales; División de Poderes e Igualdad Social, que a decir de Montesquieu, constituyen un sistema que establece límites a la acción del Estado, garantizando la protección de los derechos individuales.

Citado por Bobbio (1996, p. 229) Montesquieu señala que “el pueblo que goza del poder supremo debe hacer por sí solo todo lo que pueda efectuar bien y confiar a sus ministros únicamente lo que no pueda realizar por sí mismo”.

Sin embargo, hablar de la democracia en nuestros tiempos, nos lleva a la necesidad de reconocer que la democracia antigua no puede confundirse con lo que hoy conocemos como democracia moderna.El debate entre ambas visiones surge de la incapacidad de la democracia representativa de acortar la brecha entre decisiones políticas y necesidades colectivas satisfechas.Para los defensores de la democracia directa, esta es la única fórmula política que garantiza la participación de cada ciudadano en las decisiones sobre los asuntos públicos, sin que medie instancia reguladora.

Sin embargo, esta no es razón suficiente para descartar la representación como modelo político, pues ¿como explicar entonces el grado de intervención política que algunas sociedades han alcanzado, a través de la descentralización, mediante el ejercicio político en los diferentes niveles locales y regionales?

Quizás la contradicción esté en el fundamento liberal de la democracia, en su nexo con el modelo económico capitalista. Lo que por supuesto genera antagonismos en aquellos que no coinciden con los presupuestos teóricos del liberalismo.

También es probable que la crítica hacia la democracia representativa esté fundamentada en el hecho de que la representación política no está sujeta a la revocatoria de mandato por una parte y por la otra carece de responsabilidad directa ante sus electores.

Pero algunas sociedades, como la nuestra, han logrado modernizar sus sistemas políticos a tal punto que han incorporado la figura de los referenda revocatorios, para cargos de elección popular, en los casos de Ejecutivo y Legislativo, lo que significa que la democracia se acerca cada vez más a niveles de participación política adecuados a la aspiración de participación, sin descartar la figura representativa, pues son cargos electos para ejercer la representación de los intereses de los ciudadanos en distintas instancias.

De igual forma, cuando vemos las reformas políticas que han alcanzado países que en el pasado tuvieron regímenes dictatoriales, como España, vemos que este argumento no es suficiente por sí mismo para desechar el modelo representativo.

Con la consolidación del Liberalismo Político, la democracia fue objeto de profundos cuestionamientos, en virtud de los contrastes entre la filosofía individualista y la voluntad mayoritaria. A pesar de ello, la democracia liberal habría de convertirse en una aspiración formal de las sociedades desarrolladas, producto de la evolución de las expectativas sociales y de las respuestas generadas, al extremo de provocar posiciones como la de Francis Fukuyama, quien en 1989 desató una intensa polémica al afirmar que estábamos cerca del fin de la historia, dado que nos encontrábamos en “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad, la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano.” (The National Interest, Nº 16 p.3-18).En la obra que resume la esencia de la democracia estadounidense Goverment by the people (Burns, Peltason y Cronin, Prentice-Hall, 1984), señalaban que “la democracia requiere de cierto tipo de fe y de cierto tipo de escepticismo, pues es la fe democrática quien reconoce que la voluntad de la gente es la única fuente legítima de cualquier gobierno.” En otro pasaje, recuerdan que no es conveniente demasiado poder en un grupo, y citan a Thomas Jefferson quien decía que “todo gobierno degenera cuando es confiado solamente a los gobernantes, pues la gente misma es segura depositaria del gobierno.”Ahora bien, Sartori, citado por García Guitián (1998, p. 123) señala que “el sistema representativo es una procuración dada a un cierto número de hombres por la masa del pueblo que quiere que sus intereses sean defendidos, y que sin embargo no tiene siempre el tiempo ni la posibilidad de defenderlos por sí mismo.”

Es aquí donde llegamos al fenómeno que ocupa buena parte de la reflexión intelectual de nuestro tiempo: la crisis de gobernabilidad, que como la ve el mismo Bobbio, no es más que la sobrecarga del sistema político incapaz de dar respuestas.

¿Tiene sentido hablar de democracia directa o participativa para rescatar la gobernabilidad? Bobbio afirma que el problema está en que hemos desarrollado la democracia política, olvidándonos de la democracia social y que hasta tanto no democraticemos a la sociedad, el problema no estará en la mayor o menor participación. Es la comprensión y el ejercicio social de la democracia.

El camino requiere de una sociedad abierta al disenso, pluralista, con una amplia base de distribución del poder, que inevitablemente nos conducirá a una sociedad civil democrática capaz de ampliar la democracia política, que para Bobbio hace innecesario el apelar a la democracia directa.

Finalmente, lo crucial está en dejar de ver la democracia como un mero instrumento, en el que se encuentre ausente un compromiso valorativo determinado (Guevara, p. 52), pues si no la entendemos como una forma de vida, más que como modelo político, no será suficiente su imposición, y siempre habrá algún resquicio por donde se colarán no solamente las tendencias elitescas, sino mucho más grave aún, las vocaciones autoritarias para mantener el sistema de privilegios.

BIBLIOGRAFÍA
BOBBIO, Norberto (1989a) Liberalismo y Democracia. Fondo de Cultura Económica. México. 1ª edición._______________ (1989b) Estado, Gobierno y Sociedad. Por una teoría general de la política. Fondo de Cultura Económica. México. 1ª edición._______________ (2001) El futuro de la democracia. Fondo de Cultura Económica. México. 3ª edición.

BURNS, PELTASON y CRONIN (1984) Goverment by the people. Prentice- Hall. EE.UU. 12ª edición.

FERNÁNDEZ S., José (1996) Norberto Bobbio: el filósofo y la política (Antología). Fondo de Cultura Económica. México. 1ª edición.

GARCÍA GUITIÁN, Elena (1998) en: La democracia en sus textos, Rafael del Águila y Fernando Vallespín. Alianza Editorial. España. 1ª edición.

GUEVARA, Pedro (1997) Estado vs. Democracia. Ediciones de la U.C.V. Caracas. 1ª edición.

MACPHERSON, C.B. (1982) La democracia liberal y su época. Alianza Editorial. España. 1ª edición.

*Ponencia presentada en la LV Convención Anual de AsoVAC 2004

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