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VENEZUELA: ¿un país en crisis terminal?

Mientras el país se entretiene con la abstención de las elecciones del Partido Socialista Unido de Venezuela y la frustración de un sector de la Oposición que se resiste a reconocer otro camino que la violencia, la crisis terminal del experimento chavista continua su curso; uno de destrucción y devastación que inevitablemente afectará la vida de todos, tanto los que apoyan, como los que rechazan el proyecto chavista. El precio de este experimento lo pagaremos todos, sin distinción.

LA VIOLENCIA COMO LENGUAJE POLÍTICO

La violencia, parece ser el único lenguaje que conocen los que no convencen por medio de la razón. No se trata de violencia física solamente, las agresiones psicológicas, las verbales, son mucho más poderosas que aquellas que atentan contra nuestra integridad física. Pero la violencia no es un medio para convencer, por el contrario, solo sirve para alejar a quienes se pretende conquistar, que es la gran tarea de todos los factores democráticos del país.

La violencia se expresa, además, en las medidas que toma -así como también las que deja de tomar- un Gobierno irresponsable, más ocupado en conservar el control absoluto del poder que en hacer buenas las promesas tras quince años de proyecto político. La violencia se encuentra en las angustias de una madre que debe pasar horas bajo el sol, soportando humillaciones y vejámenes para comprar de forma racionada, alimento para sus hijos. Esa violencia silente es el caldo de cultivo de la desesperanza, ese es su propósito.

ESTADÍSTICAS DE UN PAÍS EN RUINAS

Leyendo la última entrega de El país en cifras (@paisencifras) encontramos una radiografía de la realidad que vivimos la mayoría de los venezolanos, sin distinciones políticas. En ella hay un retrato de la violencia oficial, que somete al ciudadano a constantes vejámenes y humillaciones para conseguir la satisfacción de necesidades consideradas como básicas, fundamentales para la existencia, como alimentación y salud.

Algunas de las cifras, todas ellas alarmantes, dan cuenta de un país que tuvo recursos extraordinarios y que fueron desperdiciados en una orgía revolucionaria, persiguiendo la utopía a modo de retaliación de una generación de frustrados que se resisten a reconocer el fracaso que siempre los ha acompañado.

Según cifras de Consecomercio, la caída de ventas del sector comercio fue de 50% durante el primer semestre de este año. Los inventarios en este período tuvieron un descenso de hasta un 70%. Las colas que vemos son un reflejo de estos números. Es la democratización de la miseria, es el racionamiento de la dignidad.

La responsabilidad que tiene el Gobierno ante esta situación es ineludible, porque es un resultado directo de sus políticas al intentar imponer este modelo de economía socialista en un país redistribuidor de renta. Si el 95% de los ingresos son por la vía petrolera, no se necesita un Nobel de Economía para saber que el país atraviesa por una delicada situación financiera. El mismo Presidente de la República reconoce que los ingresos en divisas del país han caído un 30% desde que comenzó el descenso de los precios del petróleo.

Las cifras económicas son alarmantes porque representan la inercia, la parálisis de un régimen que no solamente se niega a asumir su responsabilidad sino que además se resiste a tomar las medidas necesarias para evitar un derrumbe económico. No hay forma más abierta de mostrar violencia, que la del Gobierno hacia sus ciudadanos.

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