Comprender la crisis institucional por la que atraviesa Venezuela, pasa por distinguir los espacios relativos al Estado y al Gobierno. Una tarea compleja en un país presidencialista en el que se fusionan la representación del Estado con la conducción del Gobierno, lo que promueve una fuerte presencia del ejecutivo en la vida nacional. Esta práctica en una sociedad con debilidades en su cultura política tiene consecuencias significativas en el desempeño institucional .
El régimen político está constituido por el conjunto de leyes, instituciones y autoridades que se articulan para darle organización al Estado de forma que pueda cumplir con los fines de defensa de su soberanía, seguridad interna y bienestar social. En un régimen político se conjugan la forma de Gobierno (presidencialismo, parlamentarismo) con el orden jurídico y las instituciones, donde el Gobierno (autoridades) es transitorio, y las leyes e instituciones son permanentes.
La máquina de decisiones
El Gobierno representa la capacidad de toma de decisiones en el Estado, pero el poder se encuentra además en las instituciones y las autoridades que materializan esas decisiones, mediante la definición y ejecución de las políticas públicas. El resultado de ese complejo entramado de relaciones es lo que percibimos bajo la forma de soluciones o respuestas del sistema político, y a través de ellas evaluamos el desempeño del Gobierno.
Un cambio de Gobierno, en los términos descritos, puede tener incidencia en los objetivos de las decisiones políticas pero para transformar el modelo de Estado, eso no es suficiente. El debate que se presenta en Venezuela, está conduciendo a la opinión pública a considerar que un simple cambio de Gobierno será suficiente para revertir más de quince años de desinstitucionalización acelerada y la consolidación de otro modelo de gestión.
¿Votar para qué?
El voto no es una salida por sí mismo, en todo caso constituye una vía para construir las condiciones institucionales necesarias que le permitan a todos los sectores políticos el espacio suficiente para que sus intereses se encuentren representados. La lucha política de los últimos tiempos ha sido entre la imposición a toda costa de un modelo político que no cuenta con el respaldo absoluto de la sociedad y por otra parte, aquellos que deberían ser una alternativa, en su lugar se debaten entre las tentaciones inmediatistas y la búsqueda de un discurso que permita el acercamiento con los sectores descontentos de quien fuera mayoría oficialista.
En esta lucha, quienes más desorientados parecen, son precisamente los llamados a encarnar la alternativa frente a los responsables de un atroz proceso de desinstitucionalización que facilita el abuso de poder y la coerción a una población que no cuenta con los mecanismos institucionales para detener los atropellos a los que se encuentra sometida. Mientras se debaten entre ir o no ir a elecciones, crece la opinión (a mi juicio errada) que la salida es electoral. El error está en creer que la crisis terminal venezolana se resuelve con una “salida” es profundamente ingenuo, por no decir irresponsable.
La devastación que ha sufrido el país no se soluciona con un resultado electoral, como tampoco se solucionó con el fallecimiento de Chávez, y mucho menos con tomar las calles pidiéndole al Presidente que abandone el poder. En estas circunstancias, el llamado es a una mayor racionalidad política: las elecciones miden apoyos y adjudican representación, establecen las condiciones necesarias para generar contrapesos y en el caso venezolano, es necesario reconstruir un mínimo de la institucionalidad perdida para siquiera pensar en sustituir en el poder al chavismo.
¿Qué pasa con el proyecto?
En algunos sectores de la sociedad hay inquietud por saber lo que ofrece la Oposición al percibirse un vacío frente a la abrumadora propaganda oficialista de su proyecto político. El problema para la Oposición es que resulta difícil hablar de una propuesta cuando en la búsqueda de una definición sobre el papel del Estado en la economía, se producen acusaciones inmediatas que van desde el temor a una ola privatizadora hasta la profundización del modelo rentista.
En la Oposición no se discute el modelo político, mucho menos económico porque no hay confianza en los actores. Para los fundadores de la democracia, la amenaza de los capitales privados sobre el negocio petrolero fue de tal magnitud, que prefirieron construir un sistema que desestimulara la iniciativa individual con la promesa de un reparto justo de la riqueza. El problema es cultural, sin duda, por eso la solución no se encuentra en el modelo político, este sería el resultado de una cultura política madura.
Para encontrar la salida hay que transitar el camino
Dieciséis años es demasiado. Habría que reflexionar si las decisiones que hemos tomado han sido las más acertadas. En 2002, 2005 y 2014 hemos perdido mucho, y la compensación ha sido muy poca (de haberla). Eso debería significar un aprendizaje, y además un compromiso por fortalecer aquellas conductas que sí han contribuido a generar espacios en medio de un régimen asfixiante, como en 2010. Si no se recompone el poder, en términos institucionales, no habrá forma que este país recupere su estatus de sociedad civilizada.