Monthly Archives: October 2015

Entre ratas y barcos

Una de las prácticas políticas más frecuentes al deteriorarse el poder de la clase gobernante es el abandono “del barco”, acompañado casi siempre de esa terrible alusión a las ratas. El traspaso del poder resulta impensable para aquellos que se han convencido que les corresponde ejercerlo eternamente, como Mugabe y los hermanos Castro, pero esas transiciones políticas suelen darse de forma sangrienta, como le ocurriera a Mohamar Ghadafi o violenta como a Sadam Hussein.

En nuestra experiencia hemos conocido el  fin de un período político por la muerte, como en los casos de Gómez y más recientemente Chávez, hasta el desplazamiento por la pérdida de apoyos internos como en el caso de Pérez Jiménez. Con la muerte de Gómez, nos dice Arráiz Lucca que “se desataron los demonios del poder sucesoral”, comportamiento que se repite luego del fallecimiento de Chávez, entre las distintas facciones que se disputan el control político del chavismo.

Así como los cubanos han soportado más de medio siglo la tiranía de los Castro, así también han alimentado la esperanza de un quiebre, de una ruptura definitiva no tanto facilitada por terceros, como ligada a la certeza de la condición finita de la existencia. A los venezolanos nos ha correspondido vivir esa experiencia y puede que haya habido un quiebre y hasta una ruptura definitiva, porque Chávez no está y el régimen político legado se encuentra muy deteriorado, pero eso no ha provocado una transición política, si acaso a lo interno como ocurrió cuando Fidel le entregó el mando a Raúl.

Sin ánimo de justificar pero sí de intentar comprender lo que nos ocurre cada vez que algún funcionario del régimen aparenta estar en desacuerdo con cualquier atropello (del que probablemente tiene años siendo cómplice), es en el fondo esa misma esperanza de que el “fin” llegue como sea y que cualquier pequeño gesto logre destruir las bases de un sistema que se viene construyendo desde hace 16 años. Es creer que “alguien” con un repentino ataque de lucidez sea capaz de horadar los cimientos de un modelo de sociedad que aunque nos duela ha calado profundamente en nosotros y que no fue sepultado con Chávez, que si algo vive es esa herencia.

No hace falta recordar los episodios lamentables de Aponte Aponte, Velásquez Alvaray , y Leamsy Salazar para convencerse que no se trata de detonantes, que posiblemente procuran salvar sus vidas antes que el propio régimen termine por devorarlos, obligándonos a ser más cautos y esperar hechos concretos antes de confiar en acciones que pueden tener otras intenciones. Es posible que el deterioro del régimen se tan severo que estos hechos aislados aumenten en intensidad, pero es en esas circunstancias cuando más se necesita no de la desconfianza sino de la racionalidad y es ahí donde casi siempre fallamos, porque esperamos que sea un “héroe” el que se haga presente y no la voluntad de una ciudadanía convencida de su propio poder de decisión. Está claro que lo que importa no es que las ratas abandonen el barco, sino quienes estarán al frente del timón para conducirlo durante la tormenta hasta un puerto seguro.

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LA CONDENA DEL CHAVISMO

El totalitarismo en el poder utiliza al Estado como su fachada exterior, para representar al país en el mundo no totalitario.”

                                                                                                                                                    Hannah Arendt

 

El Gobierno decidió a favor del caos, porque nadie confía en la imparcialidad de la administración de justicia en un país donde el Poder Judicial está lleno de militantes del chavismo, comenzando por sus jueces. En modo alguno era posible esperar una sentencia absolutoria en el caso contra Leopoldo López, solo se trataba de abonar a la apreciación cada vez más indiscutible sobre la naturalezaproto-totalitaria del chavismo. El uso de la justicia como instrumento de castigo es parte de un modelo de dominación que crea su propia institucionalidad, lo que le permite hacer de acciones que podrían considerarse como infracciones en una democracia, indispensables para lograr la opresión política, donde como argumentaba Hannah Arendt[1], se hace incomprensible un sistema moral completamente antagónico al de la sociedad que está siendo desplazada, una que se creía democrática.

El gobierno de Maduro no podía arriesgarse a aplicar un código de justicia distinto al de los Comisarios de la Policía Metropolitana o de la Juez María Afiuni, todos presos de Chávez, para Maduro era necesario aplicar una medida ejemplarizante aun cuando con ello profundizara en el descontento de los sectores contrarios a su gestión, porque justamente su propósito ha sido generar miedo y que éste sea capaz de inhibir el voto al aproximarse las elecciones parlamentarias. Pretender que Maduro o el régimen se sientan amenazados por el liderazgo político opositor es tan ingenuo como creer que sus funcionarios necesitan que les paguen por sus servicios, previa “negociación”. El régimen chavista y sus instituciones funciona sobre la base de la lealtad y la obediencia, las sentencias condenatorias de los Comisarios, de la Juez o de López no fueron una transacción, eso es desconocer la naturaleza perversa del chavismo o como la propia Arendt lo caracterizó en Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del malla condición de ciudadano fiel cumplidor de la ley, claro está, de la ley chavista de aniquilamiento moral de la disidencia.

A diferencia de otras opiniones, resulta difícil creer que la Juez que condenó a López, Holdack, González y Martín lo hizo bajo coacción o por una maleta de dinero, recordemos cuando Arendt se refiere a Eichmann quien creyó estar cumpliendo con su deber, obedeciendo órdenes y leyes, pero este cumplimiento ciego no se limita a leyes escritas sino, sobre todo, a aquellas que le permitan al régimen alcanzar sus propósitos y a eso se comprometen aquellos funcionarios a su servicio, como la Juez en cuestión, y como dijo Eichmann, en el Tercer Reich las palabras del Führer eran ley, así como Chávez condenó a la Juez Afiuni, la sentencia de López la dictó Maduro públicamente cuando lo acusó y su verdugo se limitó a ejecutar la decisión.

Y si no fuese suficiente argumento, también está la naturaleza servil de un máximo tribunal de justicia que validará cuanta decisión institucional sea necesaria para demostrar el dominio político absoluto del régimen sobre sus ciudadanos. Todo funciona con precisión sin importar que quede expuesta la sumisión de los otros poderes públicos al Ejecutivo, porque eso también es su propósito. En el chavismo no hay secuestro de poderes, hay control con fines de dominación; no hay torpeza en la formulación de una legislación que contradice a la Constitución, eso tiene el propósito de facilitar la discrecionalidad.

En regímenes como el chavista nada es producto de la improvisación cuando se trata de decisiones políticas, para el Gobierno fue más conveniente una condena porque se espera que ésta promueva reacciones bien sea de movilización violenta o abstención electoral. Dependiendo de las reacciones será la definición de otras acciones, el Gobierno seguirá cerrando fronteras y generando más escenarios de conflictividad que le permitan llegar a las elecciones del 6D (si las hay) cargando a cuestas los efectos de la escasez, el desabastecimiento y la delincuencia desbordada.

Esperar que el chavismo actúe de acuerdo a la Constitución y la Leyes merece una seria reflexión porque son más de 16 años de desprecio por lo normativo, quizás el único espacio donde el régimen se ve obligado a guardar un mínimo de apego institucional-legal es el electoral (con todas las reservas que podamos tener por el ventajismo), que es la única apuesta de la que disponemos de momento para obligarlo a retomar el orden constitucional. Esto en modo alguno significa que con una Asamblea Nacional de mayoría opositora los problemas del país desaparecerán de inmediato, pero lo que sí es cierto es que obligarían a ambas partes, Gobierno y Oposición, a actuar de acuerdo a las reglas de juego de la democracia, un reto sobre todo para el Gobierno que por primera vez se encontraría en una situación de minoría parlamentaria, obligándolo a negociar para tomar decisiones.

[1] “… allí donde estos sistemas se tornaron verdaderamente totalitarios comenzaron a operar según un sistema de valores tan radicalmente diferente de todos los demás que ninguna de nuestras categorías tradicionales legales, morales o utilitarias conforme al sentido común pueden ya ayudarnos a entendernos con ellos, o a juzgar o predecir el curso de sus acciones.” (Arendt, 1998, Los orígenes del totalitarismo, p. 369).

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EL LEGADO

Nicolás Maduro no llegó al poder por SU popularidad, en realidad, llegó porque Hugo Chávez dio la orden el 8 de diciembre de 2012 en una cadena nacional, y es por esta razón que la popularidad es lo que menos le importa. En realidad, lo único que inquieta a Nicolás Maduro y al grupo que lo sostiene en Miraflores es no poder cumplir con la misión que le fuera encomendada ese día: conservar el poder. Muchos nos hemos preguntado por qué Hugo Chávez designó como su sucesor a este individuo, que en los últimos años se había mantenido alejado del foco allá en la Cancillería.

Quién sabe si Chávez lo escogió por su lealtad, o porque estuviese distanciado de las luchas internas de los distintos grupos de poder, eso no podemos afirmarlo, pero suponemos que Chávez no tuvo mucho de dónde escoger y probablemente los aliados del régimen le dieron el visto bueno (se dice que Cuba apostaba por Maduro) y eso fue suficiente credencial de mérito, pero Maduro no fue designado solo como sucesor político, sino además, como ejecutor del testamento político de Hugo Chávez, que ya hemos planteado en otras ocasiones.

Ejecutando el testamento político

Ahora bien, en medio de la incertidumbre en la que se sumió el país con el fallecimiento de Chávez, para los analistas políticos resultaba inobjetable la existencia de un legado y que eso se convertiría inevitablemente en objeto de culto, llegando a compararse con el peronismo. Eso contribuyó en buena medida a considerar improbable el desplazamiento por la vía electoral del régimen chavista, juicio que mostró su debilidad con el exiguo resultado electoral a favor de Maduro, disparando las alarmas en el chavismo, obligándolos a mostrarse cohesionados a pesar de las aspiraciones y los intereses internos desbordados.

A Maduro no le ha tocado nada fácil esta transición al postchavismo, porque el capital político heredado no ha sido suficiente para detener las consecuencias de años de políticas irresponsables y muy costosas que hoy le pasan factura a toda la población. Un aparato económico destruido gracias a un conjunto de políticas e instrumentos legales que hoy sitúan a Venezuela al borde de una crisis humanitaria, con la escasez y desabastecimiento de productos básicos como alimentos y medicinas; la insuficiencia de divisas para importar la materia prima para producirlos, o para reparar maquinaria empleada en el proceso productivo; para mantenimiento de equipos médicos; para repuestos de vehículos particulares y de transporte público, para insumos de la industria en general, llevando al país por completo a un estado de caos y paralización nunca antes visto. Esto es parte del legado, no un accidente; precisamente es la consecuencia de un proyecto político que se propuso todo esto, y Maduro solo está ejecutando la voluntad política de Hugo Chávez.

¿A quién le teme la Revolución?

Algunos se apresuran a sentenciar la debacle de la revolución chavista o el hundimiento de su movimiento político, sin embargo, habría que considerar esta etapa como una fase superior dentro del proyecto político del chavismo, que no es nada más aferrarse al poder sino también consolidar una visión política, cuya mayor conquista ha sido la implantación de un modelo de sociedad dominada, amordazada, presa de los rigores de una clase política envilecida por el poder.

Para Maduro redefinir la estrategia política del chavismo jamás ha estado entre sus planes, mucho menos en los de la clase política que lo sostiene, porque su misión ha sido terminar el trabajo que Chávez no pudo. El chavismo se acerca peligrosamente al modelo totalitario, cuando requiere de un estado permanente de caos, de desasosiego, que haga imposible cualquier asomo de consolidación de una sociedad estable y equilibrada, el chavismo necesita de una fuente persistente de conflicto, bien sea con un enemigo interno o externo, para que la confrontación sea el muro que contenga cualquier intento por responsabilizar al régimen político de la precariedad en la que vive el país. Es a eso a lo que más le temen los déspotas, a una sociedad organizada y con propósitos definidos, no hay nada más efectivo contra el caos que una ciudadanía decidida.

Y si hay algo que toda revolución debe temer es cuando una sociedad pierde el miedo.

 

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ESPERANDO EL ESTALLIDO

Estamos a la espera de una conmoción, de un sacudón, de un estallido. Creemos ser los testigos de una explosión social que terminará por llevarse los restos de lo que alguna vez fue nuestro país, ese del que el Hombre Nuevo se ha encargado de borrar de la memoria de muchos. Hoy, la solidaridad es una excepción o una anécdota de la que muchos se sienten ajenos, ironías de la vida que después de haber pretendido sembrar el socialismo en el siglo XXI, dieciséis años después, el individualismo salvaje es el comportamiento predominante.

Entonces, mientras esperamos el estallido, la vida transcurre entre la persecución de comida, la caza de medicinas, la súplica por atención médica, el ruego diario de salir ilesos frente al hampa, y creemos que esa conmoción que nos hará reaccionar como sociedad está cerca, muy cerca. Pero cuando vemos filas interminables de gente esperando conseguir lo que sea; personas buscando desesperadamente medicinas para tratamientos de enfermedades crónicas o terminales; las protestas de padres de niños con cáncer sin atención médica; el parte de guerra diario de los caídos en una guerra no declarada que el hampa tiene con el país, no vemos el estallido que lentamente nos consume.

EN MEDIO DEL ESTALLIDO

Recuerdo el 27 de febrero de 1989, estudiaba Comunicación Social en LUZ y como tenía unos días libres estaba en Barquisimeto con mi familia. Con asombro vi por televisión como el Central Madeirense cercano al apartamento que compartía con unas amigas, era saqueado. Ese febrero es difícil de olvidar, por primera vez viví una conmoción social y una suspensión de garantías, sentí terror de ver en lo que podíamos convertirnos, y ese miedo nunca me ha abandonado.

Cada vez que vemos un saqueo de gandolas, que muere un enfermo por falta de asistencia o tratamiento, que asesinan y secuestran impunemente, estamos en presencia de un estallido, de un sacudón, de una conmoción a pequeña escala y a lo que nos hemos ido acostumbrando. No podemos reconocer que estamos en medio del estallido, que en lugar de ser una explosión social repentina, inesperada y arrolladora, ha sido un proceso de deshumanización lento y profundo que nos ha arrebatado la voluntad, inmovilizándonos frente a la barbarie que representa el chavismo como modelo de sociedad.

EL DÍA DESPUÉS

No recuerdo los días después de ese febrero espantoso en 1989, solo tengo presente el miedo. Ese que no me ha abandonado desde que me fui hace unos meses. Por eso me pregunto, ¿cuál otro estallido puede esperar un país que vive entre descuartizados y ajusticiados? ¿Es posible creer que sea “normal” un país de perseguidos, abusados y humillados por las propias fuerzas del Estado? Es posible que hayamos estado esperando una re-edición del 27F de 1989, pero como en la historia los sucesos se repiten más no siempre bajo las mismas formas, asistimos a una novedosa representación de explosión social sin saberlo.

El Gobierno de Maduro no apuesta por una explosión social, está consciente que la conmoción es un proceso en marcha y lejos de evitarlo o procurar los mecanismos para contenerlo, cada paso que da está orientado a agravar la situación. Hace unos meses insistía en cuál era el Plan B de la oposición de no haber elecciones. Las respuestas, invariablemente fueron que el gobierno no se arriesgaría ante la comunidad internacional a violar abiertamente la Constitución.

El Gobierno está consciente del impacto que tienen fuera del país las acciones políticas recientes, pero le importan tan poco como su repercusión en el plano doméstico, cuando lo perentorio es conservar el poder en medio de una lucha intestina que representa una amenaza aún mayor que la propia celebración de las elecciones parlamentarias. En eso estamos, en pleno desarrollo de una lucha de poder mucho más compleja porque representa la trascendencia de un modelo político que se debate entre la conservación de los vestigios de una de las más grandes estafas políticas de todos los tiempos y la transición hacia un régimen militar abiertamente dictatorial.

Total que el estallido y la transición han estado ahí y nosotros sin saberlo…

 

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