Estamos a la espera de una conmoción, de un sacudón, de un estallido. Creemos ser los testigos de una explosión social que terminará por llevarse los restos de lo que alguna vez fue nuestro país, ese del que el Hombre Nuevo se ha encargado de borrar de la memoria de muchos. Hoy, la solidaridad es una excepción o una anécdota de la que muchos se sienten ajenos, ironías de la vida que después de haber pretendido sembrar el socialismo en el siglo XXI, dieciséis años después, el individualismo salvaje es el comportamiento predominante.
Entonces, mientras esperamos el estallido, la vida transcurre entre la persecución de comida, la caza de medicinas, la súplica por atención médica, el ruego diario de salir ilesos frente al hampa, y creemos que esa conmoción que nos hará reaccionar como sociedad está cerca, muy cerca. Pero cuando vemos filas interminables de gente esperando conseguir lo que sea; personas buscando desesperadamente medicinas para tratamientos de enfermedades crónicas o terminales; las protestas de padres de niños con cáncer sin atención médica; el parte de guerra diario de los caídos en una guerra no declarada que el hampa tiene con el país, no vemos el estallido que lentamente nos consume.
EN MEDIO DEL ESTALLIDO
Recuerdo el 27 de febrero de 1989, estudiaba Comunicación Social en LUZ y como tenía unos días libres estaba en Barquisimeto con mi familia. Con asombro vi por televisión como el Central Madeirense cercano al apartamento que compartía con unas amigas, era saqueado. Ese febrero es difícil de olvidar, por primera vez viví una conmoción social y una suspensión de garantías, sentí terror de ver en lo que podíamos convertirnos, y ese miedo nunca me ha abandonado.
Cada vez que vemos un saqueo de gandolas, que muere un enfermo por falta de asistencia o tratamiento, que asesinan y secuestran impunemente, estamos en presencia de un estallido, de un sacudón, de una conmoción a pequeña escala y a lo que nos hemos ido acostumbrando. No podemos reconocer que estamos en medio del estallido, que en lugar de ser una explosión social repentina, inesperada y arrolladora, ha sido un proceso de deshumanización lento y profundo que nos ha arrebatado la voluntad, inmovilizándonos frente a la barbarie que representa el chavismo como modelo de sociedad.
EL DÍA DESPUÉS
No recuerdo los días después de ese febrero espantoso en 1989, solo tengo presente el miedo. Ese que no me ha abandonado desde que me fui hace unos meses. Por eso me pregunto, ¿cuál otro estallido puede esperar un país que vive entre descuartizados y ajusticiados? ¿Es posible creer que sea “normal” un país de perseguidos, abusados y humillados por las propias fuerzas del Estado? Es posible que hayamos estado esperando una re-edición del 27F de 1989, pero como en la historia los sucesos se repiten más no siempre bajo las mismas formas, asistimos a una novedosa representación de explosión social sin saberlo.
El Gobierno de Maduro no apuesta por una explosión social, está consciente que la conmoción es un proceso en marcha y lejos de evitarlo o procurar los mecanismos para contenerlo, cada paso que da está orientado a agravar la situación. Hace unos meses insistía en cuál era el Plan B de la oposición de no haber elecciones. Las respuestas, invariablemente fueron que el gobierno no se arriesgaría ante la comunidad internacional a violar abiertamente la Constitución.
El Gobierno está consciente del impacto que tienen fuera del país las acciones políticas recientes, pero le importan tan poco como su repercusión en el plano doméstico, cuando lo perentorio es conservar el poder en medio de una lucha intestina que representa una amenaza aún mayor que la propia celebración de las elecciones parlamentarias. En eso estamos, en pleno desarrollo de una lucha de poder mucho más compleja porque representa la trascendencia de un modelo político que se debate entre la conservación de los vestigios de una de las más grandes estafas políticas de todos los tiempos y la transición hacia un régimen militar abiertamente dictatorial.
Total que el estallido y la transición han estado ahí y nosotros sin saberlo…