Entre ratas y barcos

Una de las prácticas políticas más frecuentes al deteriorarse el poder de la clase gobernante es el abandono “del barco”, acompañado casi siempre de esa terrible alusión a las ratas. El traspaso del poder resulta impensable para aquellos que se han convencido que les corresponde ejercerlo eternamente, como Mugabe y los hermanos Castro, pero esas transiciones políticas suelen darse de forma sangrienta, como le ocurriera a Mohamar Ghadafi o violenta como a Sadam Hussein.

En nuestra experiencia hemos conocido el  fin de un período político por la muerte, como en los casos de Gómez y más recientemente Chávez, hasta el desplazamiento por la pérdida de apoyos internos como en el caso de Pérez Jiménez. Con la muerte de Gómez, nos dice Arráiz Lucca que “se desataron los demonios del poder sucesoral”, comportamiento que se repite luego del fallecimiento de Chávez, entre las distintas facciones que se disputan el control político del chavismo.

Así como los cubanos han soportado más de medio siglo la tiranía de los Castro, así también han alimentado la esperanza de un quiebre, de una ruptura definitiva no tanto facilitada por terceros, como ligada a la certeza de la condición finita de la existencia. A los venezolanos nos ha correspondido vivir esa experiencia y puede que haya habido un quiebre y hasta una ruptura definitiva, porque Chávez no está y el régimen político legado se encuentra muy deteriorado, pero eso no ha provocado una transición política, si acaso a lo interno como ocurrió cuando Fidel le entregó el mando a Raúl.

Sin ánimo de justificar pero sí de intentar comprender lo que nos ocurre cada vez que algún funcionario del régimen aparenta estar en desacuerdo con cualquier atropello (del que probablemente tiene años siendo cómplice), es en el fondo esa misma esperanza de que el “fin” llegue como sea y que cualquier pequeño gesto logre destruir las bases de un sistema que se viene construyendo desde hace 16 años. Es creer que “alguien” con un repentino ataque de lucidez sea capaz de horadar los cimientos de un modelo de sociedad que aunque nos duela ha calado profundamente en nosotros y que no fue sepultado con Chávez, que si algo vive es esa herencia.

No hace falta recordar los episodios lamentables de Aponte Aponte, Velásquez Alvaray , y Leamsy Salazar para convencerse que no se trata de detonantes, que posiblemente procuran salvar sus vidas antes que el propio régimen termine por devorarlos, obligándonos a ser más cautos y esperar hechos concretos antes de confiar en acciones que pueden tener otras intenciones. Es posible que el deterioro del régimen se tan severo que estos hechos aislados aumenten en intensidad, pero es en esas circunstancias cuando más se necesita no de la desconfianza sino de la racionalidad y es ahí donde casi siempre fallamos, porque esperamos que sea un “héroe” el que se haga presente y no la voluntad de una ciudadanía convencida de su propio poder de decisión. Está claro que lo que importa no es que las ratas abandonen el barco, sino quienes estarán al frente del timón para conducirlo durante la tormenta hasta un puerto seguro.

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