Después de la tensión de los días previos a su instalación, luego del pulso institucional con el TSJ -brazo judicial del Ejecutivo- y de las concesiones hechas por el bien del país y su derecho a tener un poder legislativo operativo, finalmente el Presidente Nicolás Maduro se dirigió a la nación para entregarle su Memoria y Cuenta. En cualquier otra circunstancia, este no tendría porqué ser un hecho extraordinario, sería un trámite formal propio de los sistemas políticos democráticos con una clara separación de poderes, en los que cada uno debe responder según sus atribuciones a un mandato constitucional. Sin embargo, en el caso venezolano, este hecho representa un cambio significativo desde que Hugo Chávez llegara al poder en 1999.
Por primera vez en diecisiete años el chavismo no es mayoría en el poder legislativo. Antes de la llegada de Chávez a la presidencia, la alternabilidad era una característica del modelo bipartidista, que con todo y su deterioro, reconocía además el derecho a la participación de las minorías, quedando definitivamente excluidas con el proyecto hegemónico que terminó imponiendo. El regreso de la oposición a la Asamblea Nacional en condición de mayoría ha sido uno de los logros más notables de la Mesa de la Unidad Democrática, demostrando que la estrategia electoral debe ir de la mano de una propuesta que acompañe a todos los sectores de la sociedad, en lugar de acciones que respondan a necesidades particulares de sectores no alineados con la fórmula electoral.
Un camino accidentado
No ha sido un camino exento de dificultades, muchas de las diferencias internas todavía no han sido superadas, quedan los resentimientos propios de quienes vieron fracasar sus intentos apresurados por acabar con un régimen sin contar con el apoyo de todos los afectados. Pero el 15 de enero de 2016, todos aquellos que han apostado por un desenlace inmediato de la gravísima situación política y económica por la que atraviesa Venezuela, tuvieron la oportunidad de contrastar dos visiones sobre el país, una disociada de las penurias que viven las mayoría de los venezolanos y otra comprometida con el rescate de la institucionalidad que desesperadamente reclama toda la nación, sin distinción por razones ideológicas.
Ese rescate institucional, ese reclamo de resolución civilizada de los conflictos es lo que los venezolanos esperan, porque hasta ahora, el gobierno no ha sido capaz de reconocer su responsabilidad en la crisis económica y mucho menos ofrecer soluciones medianamente razonables cuando insiste en profundizar en las políticas absurdas e irresponsables que han hundido a la economía. No entraré a discutir sobre el decreto de emergencia económica, eso se lo dejo a los economistas y abogados. Mi interés es la lectura política del momento, y este como pocos, depende de qué tan bien juegue sus cartas la oposición.
Dos visiones de país
Ayer, mientras soportaba la aburrida y repetitiva alocución de Maduro, me preguntaba cuál sería la respuesta del Presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, y la verdad no me sorprendió en lo absoluto su intervención, Ramos fue acertadamente escogido para esa posición porque tiene las características necesarias en un parlamentario y la suficiente experiencia para liderar el poder legislativo. Pero además creo que es importante comprender que lo extraordinario de esta primera oportunidad es el contraste discursivo entre el modelo autoritario oficialista y el modelo democrático de la oposición, muestra de ello son los comentarios que de inmediato inundaron las redes sociales, en los que predominaban expresiones de celebración por el “contundente” mensaje con el que Ramos Allup “minimizó” la participación del Presidente.
Pero la realidad, lo que subyace de ese evento, es que los venezolanos estamos profundamente desacostumbrados a las formas, a los procesos de la vida democrática, pero mucho más a la conducta cívica. Las opiniones leídas en los últimos días dan cuenta de la sorpresa por el mensaje de Ramos Allup y la apoteosis con el que su mensaje fue recibido por algunos sectores, interpretado como una “lección” para el chavismo. Por una parte, no recordamos cómo era la vida parlamentaria en democracia, por la otra, tenemos una generación que solo conoce el autoritarismo. Un país que desconoce su pasado, que ignora las instituciones y sus procesos, es lógico que perciba lo que debe ser el comportamiento de sus líderes políticos como algo extraordinario. Eso y más ha sido obra del chavismo, por más que la democracia haya cometido errores, jamás hubo un régimen que despreciara tanto al contrario esgrimiendo la búsqueda de la igualdad.
El cambio
Hoy, como nunca en diecisiete años, la oposición democrática venezolana tiene ante sí la oportunidad de promover un verdadero cambio, pero no uno que se quede en las formas, sino una auténtica transformación de los procesos políticos donde esté presente el rescate de las instituciones y eso comienza por nosotros mismos. El país no resistirá que la Asamblea Nacional se convierta en una versión tropical del coliseo romano, para eso ha tenido al chavismo. La aspiración de todos los venezolanos, chavistas y opositores, es que sus problemas sean resueltos con eficiencia.
El cambio comienza por diferenciarnos de eso que tanto daño nos ha hecho como sociedad, evitar caer en la tentación de repetir aquello que nos ha dividido, entender que el país no puede reconstruirse ignorando que el chavismo, a pesar de su crisis, tiene seguidores y que como toda fuerza política seguirá reclamando su espacio en la medida que logre democratizarse. Mal podemos hablar de rescate de la democracia si pretendemos excluir de la vida política a quienes adversamos; el debate no implica la degradación de la política, su ausencia sí. Celebremos entonces el retorno de la oposición a la Asamblea Nacional y hagamos votos para que este sea el inicio de la tan necesaria re-institucionalización que todos esperamos por el bien del país.