El mago, el niño y el burro: relato de la desigualdad por Luis F. Cabezas (@luisfcocabezas)

Arranquemos esto con sencillas preguntas. ¿Acaso algunos de los que ojean estas breves líneas tuvieron la oportunidad de escoger dónde nacer? ¿O escogieron su nombre, sus padres, su género o la condición social de su familia? Estoy seguro de que no, y si no fuera así pues dígannos dónde queda la taquilla en la que hicieron su pedido de vida.

Este hecho nos pone frente a la realidad de que hay variables o puntos de partida sobre los que no tenemos ningún margen de gobernabilidad, y que están sujetos única y exclusivamente al azar o lo que otros llaman la “divina providencia”.

Por tanto, en esa lotería, algunos resultan más afortunados que otros. Una persona que nace en un área urbana con acceso a buena educación, salud y servicios, no es la misma que otra que nace en una zona remota y sin las mismas facilidades. Son dos personas idénticas en derechos, pero desiguales en posibilidades, incluso de sobrevivir a sus primeros días de vida.

Esto supone que no basta con decir que las personas somos iguales en derechos, puesto que si tomamos a esas dos personas, el nacido en un área urbana y el nacido en zona remota –si sobrevivió– y al cabo de unos años los comparamos, podremos notar que alguno, muy probablemente, muestre rezagos educativos, en indicadores de salud, en calidad de empleo, entre otras variables.

Como podemos ver, la vida en buena medida está definida por condiciones no elegidas que pueden resultar una ventaja o un obstáculo en nuestro desarrollo futuro como persona. Vista esta realidad, surge el imperativo ético de cómo hacer para salvar esas realidades no elegidas, que pueden limitar la vida de las personas y la materialización de su autodominio.

Acá surge la pregunta ¿quién tiene la capacidad de corregir esas desigualdades? La respuesta es sencilla: el Estado en estrecha relación con la sociedad. Pero, siendo el Estado el responsable. Es al Estado a quien le corresponde, por ejemplo, hacer llegar salud y educación hasta el lugar más remoto de Kavanayén o de la Sierra de Perijá.

En una ocasión, coordiné una encuesta dirigida a niños y niñas entre 8 y 11 años. En la muestra quedó seleccionada una escuela de una zona rural del estado Miranda, Eulalia de Chamberlain, se llamaba. La pregunta final del cuestionario auto aplicado decía: “Si te encontraras una lámpara mágica que te concediera un deseo ¿Qué le pedirías?”.

Las respuestas se movieron mayoritariamente entre bicicletas, video juegos, pelotas y calzados, sin embargo, me llamó la atención un niño que respondió “un burro”, también llamado “asno”. Al momento del recreo, con chupeta en mano, me fui a donde aquel niño de 9 años y me gané su confianza. Entonces, le pregunté: “¿por qué si pudiste pedir cualquier otra cosa, dijiste que le pedirías al mago un burro?” Entre risa entrecortada y saboreando su chupeta, me contestó: “Maestro, yo camino una hora y media pa venir a la escuela, y una hora y media pa´ regresar a la parcela. Llego cansado, se me gastan los zapatos y los perros me carrerean -persiguen-“.

“¿Y la bicicleta?”, le pregunté yo. “No maestro, mejor un burro porque le doy agua y paja. A la bicicleta hay que cambiarle cauchos y en mi casa no hay real –dinero– pa´ eso. Y el burro patea a los perros, en la bicicleta me pueden morder”, me dijo.

La historia de este niño es un ejemplo de cómo existen desigualdades que pueden determinar las posibilidades de éxito, y cómo las necesidades son diferenciadas. Es allí donde el Estado debe brindar apoyo preferencial para corregir estas asimetrías.

El pleno desarrollo de la persona está muy ligado al talento para algo, las capacidades adquiridas y las oportunidades para desarrollar ese algo. Lo crucial para esto, es poder contar con palancas que permitan resolver las desigualdades y evitar que se conviertan en cuellos de botella insalvables para muchos.

El combate a la desigualdad debe ser un eje transversal de la política pública social, así como la equidad un principio de gestión de esa política. Esta última debe permitir dar un justo trato a la diferencia y privilegiar a quienes por razones no elegidas presentan rezagos que ponen en riesgo la posibilidad de tener autodominio sobre sus vidas.

“Que el lugar donde nazcas no determine tu futuro” es una frase bastante poderosa y en ella se resume buena parte de las líneas que acabo de escribir; hacerla más que un slogan o cliché supone corregir las asimetrías de acceso a la educación, a la salud, a los servicios, al empleo, a las oportunidades, en fin, al bienestar.

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