* Artículo originalmente publicado en diciembre de 2017
El proyecto Bolivariano de Hugo Chávez nació de la confluencia del autoritarismo militar con el revanchismo guerrillero de izquierda, en un maridaje plagado de contradicciones, pero sobre todo de facturas pendientes. Unos enemigos que en el pasado fueron irreconciliables, unieron fuerzas para terminar de sepultar los vestigios de la democracia en Venezuela.
Las raíces ideológicas que tanto se preocuparon por desentrañar resultan mucho más relevantes de definir ahora, que hace 20 años cuando Chávez se consumaba como un outsider. La evolución del chavismo como proyecto político no ha refutado a quienes anticiparon un modelo de naturaleza autoritaria, que el propio golpista asomó en la oportunidad de su fracasada asonada del 4-F de 1992.
Una vez en el poder, Chávez prometió destruir el sistema de élites desplazando a la clase política primero, y luego progresivamente a la económica, valiéndose de los propios mecanismos institucionales de la democracia en crisis -con la decisión de la Corte Suprema de Justicia sobre la supra constitucionalidad en 1999- que, aunado a la ingeniería social cubana a partir de 2003, le permitieron a Chávez avanzar en el control social por la vía clientelar, mostrando una diversidad de representaciones: desde el sistema de Misiones para los sectores populares hasta el mecanismo de control de cambio para la clase media.
El proyecto Bolivariano fue avanzando gracias al respaldo de la renta petrolera, permitiéndole financiar un sistema clientelar de extraordinarias dimensiones, construyendo una base política que le permitiría consolidar su proyecto político sustituyendo a la democracia de partidos. En paralelo, Chávez fue edificando las bases del Estado Autoritario, un sistema institucional desvinculado de los principios fundamentales de la democracia, el Estado Comunal, con la promesa de ser un vehículo para la participación comunitaria plena. El Estado Comunal fue el proyecto con el que el chavismo, finalmente, asumió su verdadera naturaleza antidemocrática.
Mientras el modelo político se consolidaba, el aparato económico sufría una peligrosa transformación. La principal empresa del país responsable del mayor volumen de ingresos por exportación se transformó en una máquina de financiamiento de gasto social sin control, comprometiéndose con actividades ajenas al negocio de los hidrocarburos. El Estado venezolano no solamente creció desde el punto de vista burocrático, sino que se endeudó en época de bonanza para hacerse de una base de apoyo inquebrantable. Mientras aumentaba el tamaño del Estado con la creación de numerosas instancias de participación y control comunitario de la producción, a expensas del sector privado, pero no para asumir la actividad productiva, sino para desactivarla por completo.
El control social, con Nicolás Maduro, se ha ido profundizado por la vía de la escasez de alimentos y medicinas, exacerbándose el cuadro de parálisis total con un aparato productivo bloqueado: sin acceso a divisas, un parque automotor seriamente comprometido por la falta de repuestos, y ahora se suma el racionamiento de combustible; continúan las suspensiones de servicios como agua y electricidad en las principales ciudades del país, la gestión más simple se convierte en una verdadera crisis ante las numerosas dificultades logísticas debido a las limitaciones materiales: hacer una transferencia bancaria en Venezuela es una odisea, cuando no hay luz, las páginas web de los bancos no abren por estar la plataforma colapsada gracias a la escasez de efectivo.
La vida en Venezuela se ha convertido en una prueba de resistencia, las necesidades básicas no solamente no están siendo satisfechas, sino que no hay acceso a los medios para lograrlo ni siquiera teniendo los recursos. Desde 2015 se registran fallas en el suministro de envases plásticos para el agua potable, entre otros sectores, también en los abastos había limitación en el uso de bolsas plásticas por la escasez. El acceso a divisas para las importaciones está restringido, por lo que el mantenimiento del parque automotor cada vez es más difícil, eso aumenta el número de usuarios del sistema de transporte público que, padeciendo las mismas limitaciones, colapsa ante la demanda que los supera.
El deterioro material se añade a las penurias de quienes buscan comida y alimento, el mantenimiento de viviendas resulta imposible, no solamente por el costo de los materiales, sino por la escasez de estos. El mercado secundario de artefactos eléctricos es la fuente de repuestos para reparación de los que se han deteriorado, extensivo a mobiliario, vestimenta y demás bienes de consumo que escasean en el país. Este es un retrato conocido para aquellos que hemos seguido la tragedia cubana, la historia de la destrucción de una sociedad en la apuesta de poder de una clase política corrompida y enferma.
Solamente entendiendo el contexto es que podemos explicar, por una parte, la inercia y por la otra la desconfianza. Quienes no entienden la dimensión humana de la tragedia venezolana, no pueden comprender cómo es que el chavismo ha llegado tan lejos. Por otra parte, la desesperanza hace su trabajo y limita las posibilidades de aquellos que en su lucha por la sobrevivencia no pueden ver más allá del momento, porque no tienen las condiciones para ello, válido para opositores y oficialistas, porque es un problema humano.
La única posibilidad de evitar mayor destrucción en Venezuela es que haya una negociación política con los civiles y los militares que tienen el control sobre el país. El régimen chavista está atado al poder, no solamente por razones económicas y políticas, sino por las terribles consecuencias que resultarían de la pérdida del fuero que les garantiza el poder. Rescatar y reconstruir a Venezuela requerirán, no solamente de la salida del poder del chavismo, sino de la depuración de la Fuerza Armada, corresponsable de la tragedia que vive el país, y esto solo podría ser como consecuencia de una negociación política.
La negociación que se planteó entre chavismo y oposición en la República Dominicana pudo haber cambiado el rumbo de la crisis, porque representaba una oportunidad para forzar el encuentro con las fuerzas militares que verdaderamente controlan al país. Ninguna negociación tendrá efectos concretos sin el concurso de este sector, de manera que es necesario insistir en que para la lograr la salida del chavismo del poder habrá de pagarse un precio por ello, y los que fijan el costo de esa transacción son, hasta ahora, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
Diciembre 2017