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Cuando los países se suicidan. Take 2

En diciembre de 2015, cuando la discusión sobre la participación en las elecciones parlamentarias de Venezuela se centraba en la posibilidad de promover el cambio político con una masiva votación opositora, la desconfianza en la opción electoral seguía siendo un argumento de peso para algunos sectores de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). No fueron pocas las advertencias sobre la última oportunidad de acudir a unas elecciones medianamente “libres”, considerando la eficiencia del régimen chavista para despojar de competitividad a los procesos electorales con la manipulación de las condiciones para la participación, inhabilitando candidatos con opción de triunfo, alterando o ignorando las reglas de juego, y de manera especialmente efectiva, provocando divisiones y rupturas en la coalición opositora. La naturaleza instrumental de las elecciones -para el chavismo- tiene plazo, pues en la medida en que el régimen pierda capacidad para controlar todas las variables -principalmente el resultado- el proceso electoral se hace innecesario.

 

Sin embargo, es necesario aclarar algunos aspectos en aras no solamente de plantear una discusión seria -sin estridencias- sino con la intención de presentar argumentos que puedan contribuir con la construcción de una agenda común posterior al 20 de mayo. En principio, porque resulta poco productiva la confrontación votar/no-votar, cuando lo central, tratándose de un régimen cada vez más autoritario, es la diferenciación entre el evento electoral y la institución electoral[1].  Durante los últimos años hemos venido defendiendo la participación electoral –institución electoral– en oposición al argumento que considera como una traición el ejercicio del voto, a pesar de la constante crítica a las manipulaciones del Consejo Nacional Electoral que acompaña la decisión de votar. En el año 2005 se intentó infructuosamente deslegitimar las elecciones parlamentarias (evento electoral), cuando el chavismo estaba en mejores condiciones gracias a su alianza con el régimen de Fidel Castro, proporcionándole el soporte técnico e ideológico necesario para debilitar a una muy heterogénea oposición. En esa oportunidad, la renuencia a participar en el evento electoral contribuyó en buena medida al debilitamiento de la institución electoral.

 

El desgaste opositor obedece a un cúmulo de desaciertos: ausencia de estrategias consensuadas, debilitamiento en la capacidad de representación, carencia de una agenda común que se expresa en el  permanente desacuerdo sobre la participación electoral, perdiendo de vista que el objetivo principal es demostrar fuerza como actor político (como en efecto lo fue el indiscutible triunfo opositor en las elecciones parlamentarias de 2015), a pesar de la desconfianza hacia el sistema y las autoridades electorales. El chavismo, desde su concepción, ha usado los procesos electorales para legitimarse, pero sin que ello signifique que se trate de un proyecto democrático. Este es un aspecto de la crisis del país que no debe perderse de vista en la discusión política. El sector que representa la primera (y única) línea de defensa de mecanismos democráticos como el voto, ha sucumbido al poder de destrucción del régimen chavista, porque se enfrenta a un régimen militar. Sin embrago, la tragedia de Venezuela va mucho más allá del poder de una banda criminal apoderada de un país indefenso, se trata de una sociedad paralizada, incapaz de reconocerse como instrumento para el cambio.

 

Las transiciones políticas pueden ser democráticas o totalitarias. La convocatoria electoral del 20 de mayo para unos representa la posibilidad de rescatar la democracia, pero para otros se trata de la antesala a un régimen totalitario. En lo que no hay dudas es en calificar al régimen venezolano como autoritario: habiendo despojado a la Oposición de sus candidatos naturales, convoca mediante un proceso írrito a una Asamblea Nacional Constituyente cuyo resultado fue un fraude electoral denunciado por la misma empresa proveedora de la tecnología usada en los comicios venezolanos, para que no quedaran dudas sobre la capacidad y determinación del régimen de violentar resultados electorales, sumado  a la manipulación de la población a través del acceso a alimentos con la adjudicación de las cajas de comida distribuidas por los CLAP, exigiendo además como documento de identificación el Carnet de la Patria, ambos instrumentos de control social. Está claro que para el chavismo el escenario óptimo es que la oposición no participe (se abstenga), pero en caso contrario, no tendrá problema en usar todo su poder para evitar perderlo. La oposición tiene dos opciones: participar a sabiendas de las condiciones, o abstenerse en señal de protesta. El argumento de la legitimidad termina siendo trivial para un régimen que perdió todo rastro de legitimidad cuando desconoció la Constitución luego de la muerte de Chávez en 2013, una vez que tuvo que definir su sustitución.

 

En cualquier caso, participar o abstenerse carecen efectividad si no cuentan con el respaldo de la mayoría de la Oposición. El régimen chavista fue anulando a todos los actores con posibilidades de movilizar el voto opositor, por la vía del encarcelamiento, la persecución y la inhabilitación política. La determinación del chavismo de mantenerse en el poder se evidencia en las condiciones de la convocatoria del 20 de mayo. En la Oposición, la candidatura de Henri Falcón no ha hecho más que abonar a la desconfianza, alimentando las diferencias de la coalición agrupada bajo la MUD. El desconocimiento de acuerdos políticos, como no juramentarse ante la ANC o presentarse a la elección presidencial son síntomas de una situación mucho más grave que ha quedado en evidencia con la parálisis opositora: no hay un proyecto político común que trascienda la salida de Maduro del poder.

 

La discusión sobre la participación termina siendo estéril cuando en la Oposición no hay nada que ofrecer más allá de la salida de Maduro. El tema crucial es cómo desmontar el aparato de Estado que el chavismo construyó en los últimos 20 años, el mismo que impide a la Oposición desplazar al chavismo por la vía electoral. La candidatura de Falcón no ha logrado promover un consenso, tanto dentro como fuera de la MUD, porque las posiciones se han desgastado en la formulación de acusaciones en lugar de atacar a los culpables de la tragedia que vive Venezuela. El factor determinante para una ruptura dentro del chavismo y las posibilidades de reconstrucción democrática sigue siendo la institución militar. Las acciones políticas, las estrategias económicas y las políticas sociales del chavismo no tienen otro propósito que conservar el poder. El chavismo hará lo que sea necesario para evitar su caída, pero una Oposición desunida y sin estrategias comunes le ahorrará ese trabajo.

 

 

[1] Ver: Autocratic Elections: Stabilizing Tool or Force for Change? Carl Henrik Knutsen, Havard Mokleiv Nygard, and Tore Wig

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